Autor: Manuel
P. Villatoro
ABC Historia Militar.
El 19 de junio de 1808, los “garrochistas”
(picadores de morlacos) cargaron contra los coraceros y los dragones franceses.
Contra todo pronóstico, lograron ponerles en huida.
Sin entrenamiento militar, sin espada
y sin fusil, pero con el convencimiento de que debían detener el avance francés
en España a costa de sus vidas. Así combatieron en 1808 los más de 400
garrochistas andaluces (vaqueros y ganaderos famosos en algunos casos por “picar”
a los morlacos en las plazas de toros) que, armados únicamente con una vara de
tres metros utilizada para derribar y dirigir a las reses, se alistaron en el
ejército español y se enfrentaron a los soldados de Napoleón en las batallas de
Mengíbar y Bailén. Ataviados con un traje que hoy podríamos ver en las corridas
goyescas y un arrojo típico del sur de la Península, estos improvisados
soldados no tuvieron reparos en cargar, vara en ristre, contra todo aquel
gabacho que cometió el error de ponerse en el camino de sus caballos.
Corría por entonces una época más
bien incómoda para los españoles. Y es que, 1808, Napoleón Bonaparte atravesó
la frontera española con su ejército dispuesto a convertir la Península en su “Peninsule”.
Desde allí, y haciendo uso de sus armas predilectas para la contienda (las
trampas y las mentiras) logró situar a sus tropas invasoras en Madrid ante la
inoperatividad de las autoridades locales e, incluso, consiguió el trono de
España para su hermano.
Pero con lo que no contaba el “petit
corso” era con la hartazón del pueblo de la rojigualda que, cuando vio llegar a
sus soldados a Madrid con el águila imperial ondeando al viento, inició una
revuelta el 2 de mayo en su contra. Aquella jornada, desgraciadamente, no se
logró expulsar al invasor de una sola bofetada, pero sí se dio pie al
nacimiento de una resistencia que, a base de proclamas contra “les maudits
français” (malditos franceses) logró movilizarse en defensa de España.
Curiosamente, una de ellas fue
realizada por el alcalde de Móstoles (Madrid) quien llamó a la muerte del
enemigo con emotivo discurso que atravesó toda la región: “Es notorio que
los franceses (…) han tomado la ofensa sobre la capital (…). Somos españoles y
es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos
pérfidos (…) que nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse
apoderado de la augusta persona del rey. Procedan vuestras mercedes, pues, a
tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al
socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que
prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son”
Dicho y hecho señor alcalde. Al poco, los ciudadanos se empezaron a armar con
palas y rastrillos para enfrentarse al experimentado ejército de Napoleón.
Convencidos como estaban de que el
resquebrajado ejército hispano y unos campesinos con palos no sería más que
pequeñas molestias en su paseo militar por el territorio los franceses
iniciaron su asalto masivo a la Península. Después de asediar el norte y enviar
algún que otro regimiento a tierras andaluzas como avanzadilla, Napoleón
seleccionó los cálidos terrenos del sur de nuestro país como siguiente
objetivo.
“Confiado en el éxito inmediato de
la ocupación, Napoleón ordenó al general Pierre Dupont de l’Etang que ocupara
Córdoba y avanzara hacia Sevilla y luego a Cádiz. El objetivo era rescatar a
una escuadra francesa allí bloqueada desde la batalla de Trafalgar y hacerse
con el control de los puertos andaluces, al tiempo que amenazaba Gibraltar”
explica el periodista Fernando Martínez Laínez en su libro “Vientos de gloria”.
Concretamente, Napoleón puso a las órdenes de este oficial nada menos que 34.000
soldados expertos en el arte de la guerra.
Curiosos voluntarios…
Adinerados,
pobres, intelectuales, ganaderos… A partir de ese día, muchos fueron los que
acudieron a la llamada de la Junta para expulsar a los galos de España. Sin
embargo, de entre los cientos y cientos de voluntarios que se inscribieron a
las órdenes de Castaños, hubo unos cuantos andaluces que destacaron por encima
del resto por su oficio y por sus curiosas vestiduras.
Eran los “garrochistas”: ganaderos que, ataviados con
un uniforme similar al que portan hoy en día los piqueros en las corridas
goyescas, se dedicaban –entre otras cosas- a dirigir a los toros con largas
varas de tres metros llamadas garrochas y, en algún que otro caso, también a la
lidia.
<> afirma, en declaraciones a ABC, Miguel Ángel Alonso,
presidente de la “Asociación Histórico-Cultural Napoleónica “Voluntarios de la
Batalla de Bailén”.
Tal era su destreza con la garrocha,
que los oficiales decidieron crear varias unidades de estos jinetes. Y es que,
por aquel entonces se conocía a los “garrochistas” por su gran habilidad a
lomos de sus caballos y por su capacidad para lancear a todo tipo de bestias.
“Aquellos jinetes eran de las más
pura cepa andaluza; procedían de las comarcar que baña el Guadalete (…) y de
las fértiles y dilatadas del Betis (…) Eran hombres dedicados a la afición muy
general entonces del acoso, derribo y tienta de la montería que todavía se
verificaba con lanza al estilo antiguo, para lo que se requería ser consumados
jinetes (….) Eran todos vaqueros y ganaderos, conocedores, monteadores,
guardas, caballistas y picadores. (…) Todos tenían caballos propios, excelentes
garrochas y lúcidos trajes”, explica, en este caso, el periodista y escritor
Manuel Gómez Imaz en su obra “Garrochistas de Bailén” (editada en 1908).
Al combate
A pesar de que existen diferencias
entre los historiados, se cree que a la llamada de Castaños y de la Junta
acudieron entre 200 y 400 “garrochistas”. Concretamente, al ejército español
llegaron desde grupos de amigos dedicados a la ganadería montada, hasta padres
con sus hijos. Todos ellos dispuestos a lancear, como si fueran toros, a los
gabachos. Una vez alistados, estos jinetes fueron asignados a la división que
comandaba Manuel de la Peña. En ella, según Imaz, causaron auténtico asombro.
“Todas las miradas impregnadas de
afecto dirigíanse a la tercera división que mandaba el Teniente General don
Manuel de la Peña, para fijarse en el extremo de su línea, donde formaba entre
el regimiento de Cuenca y los Dragones de Pavía un escuadrón de 400 jinetes,
con largas picas enhiestas que asemajábanse o recordaba el célebre cuadro de
las lanzas”, completa el español en su obra.
Con todo, estos valientes no eran en realidad soldados. “No eran
tropas regulares y por lo tanto la única formación militar que tenían fue la
que recibieron en Utrera al alistarse. A pesar del poco tiempo que estuvieron
haciendo instrucción –unos quince días- todas las unidades formadas tenían una
buena disciplina y una obediencia total a las ordenanzas; todo ello favorecido
por el espíritu militar de Castaños y el juicio recto y el patriotismo de D.
Antonio Saavedra, Presidente de la Junta Suprema de Sevilla”, afirma, en este
caso, el presidente de la <>.
A la guerra “de paisano”
Superada la breve instrucción, a
estos jinetes les llegó la hora de engalanarse para la batalla. Sin embargo, y
a pesar de que el ejército español vestía por entonces casaca blanca, los
oficiales prefirieron que los “garrochistas” acudieran a la contienda portando
el traje de civil que traían de sus hogares. Así pues, en medio de una impoluta
masa de uniformes de guerra, los voluntarios andaluces resaltaban por sus
vestiduras castizas sobre el resto de los soldados. Con todo, lo cierto es que
añadió un elemento de unificación a toda la unidad: un pequeño botón en el que,
como explica Imaz en su texto, había grabada una leyenda en la que se podía
leer: “Viva Fernando VII”.
“El uniforme de estos garrochistas era
original y típico: pañuelo de color rojo en la cabeza atado a la nuca cuyos
picos caían sobre la espalda dejando ver una coleta envuelta por redecilla
negra, sombrero calañes con mona, chaquetilla corta con hombreras y caireles,
chaleco medio abierto por el que asomaba un pañuelo atado al cuello, faja negra
o roja, calzones ajustados hasta la rodilla y botín abierto que dejaba ver
medias azules o blancas”, expone Miguel Ángel Alonso, Representación de un
garrochista dispuesto a combatir.
Sus armas no eran el sable de
caballería utilizado por los húsares (caballería ligera), o los fusiles de los
dragones (jinetes a caballo), sino la garrocha y un cuchillo de monte que
guardaban bola la faja y que hacía las veces de última defensa ante el enemigo.
“Sin ser soldados de profesión
reunían todas las cualidades guerreras apetecidas en fuerzas montadas (…). Era
el garrochista ágil, resistente y recio, como habituado a un constante y
violento ejercicio, avezado a luchar con la naturaleza y las fieras, a vencer
los obstáculos, sufrir privaciones y esquivar las fieras acometidas del toro
para enlazarlo, derribarlo o sujetar su empuje (…). El caballo era rapidísimo
en carrera (…) En cuanto al arma que usaba el jinete, esgrimíala a maravilla
con habilidad suma, sabía con ella herir certeramente y defenderse, y a fuera
de ejercitarla de continuo venía a ser la garrocha como prolongación del brazo,
manejada rapidísimamente por la voluntad”, destaca Imaz en su obra.
Primera gesta
No tuvieron que esperar mucho los “garrochistas”
para entrar en combate. Por aquel entonces, el ejército francés de Dupont
(quien se encontraba al mando de unos 20.000 soldados) se había diseminado a lo
largo de una serie de pueblos ubicados en Linares (Jaén), cerca de una de las
principales vías de comunicación entre el sur
la capital. Este escenario fue el elegido por el general Castaños para
enfrentarse a las fuerzas del Águila y tratar de dar el golpe definitivo en
favor de la resistencia española.
A principios de julio, el mandamás
hispano estableció el plan a seguir: las divisiones españolas atacarían las
diferentes poblaciones cerca de Linares en las que se hallaban atrincheradas
las tropas francesas. Así pues, una asaltaría a Dupont en Andújar (el principal
centro de operaciones francés); la segunda atacaría Mengíbar (a 30 kilómetros
del pueblo en el que se hallaba el mando francés) y, finalmente, otra cargaría
contra Villanueva de la Reina (a 20 kilómetros de Andújar). El plan era
sencillo: superar a los gabachos en todos los frentes y obligarles a retirar se
o morir combatiendo.
Cada destino fue otorgado a un
oficial español. Teodoro Reding –en cuya división se hallaban encuadrados los “garrochistas”-
fue el encargado de atacar Mengíbar con 10.000 hombres, los cuales se
enfrentarían por sorpresa a los 3.000 galos dirigidos por el general
Liger-Belair que defendían la villa.
El 13 de julio comenzó el complicado
plan cuando el hispano ordenó a sus tropas avanzar escalonadamente sobre la
población hasta expulsar a los infantes de Napoleón. Era morir o matar. “Los
franceses fueron sorprendidos por las tropas españolas y, después de un fuerte
coñoneo que causó bastantes bajas a los franceses, Liger-Belair emprendió su
retirada con mucho orden y tomó nuevas posiciones”, añade el experto español a
ABC.
Durante aquel cruento combate, los “garrochistas”
cargaron por primera vez con su lanza de tres metros en ristre contra los
franceses. Dejaron patente su valor acabando con muchos soldados imperiales
pero, por desgracia, fueron rechazados con multitud de bajas.
“La Caballería española hostigó la
retaguardia francesa incesantemente y con gran furia. Los lanceros de Jerez y
de Utrera junto a los jinetes del Farnesio dirigidos por su capitán Cherif,
dieron una carga brillante aunque sin fortuna, pues quedó herido su valeroso
jefe y además murieron varios de los voluntarios andaluces” finaliza el
presidente de la <>. Aquella fue la primera batalla de estos
pintorescos jinetes.
La gran contienda
Pocos días después, los “garrochistas”
participaron en la que sería la primera gran victoria del ejército hispano
sobre las tropas de Napoleón en campo abierto: la batalla de Bailén.
Por entonces, y tras la ofensiva
masiva sobre los diferentes pueblos colindantes a Andújar, los españoles habían
logrado atravesar las líneas francesas y atrincherarse en el pueblecito de
Bailén –en la retaguardia de Dupont-. Éste, viéndose superado y no creyendo que
un contingente formado principalmente por milicia pudiera enfrentarse a sus
veteranos soldados, decidió avanzar sobre la población para enfrentarse de una
vez por todas al enemigo.
“En la gran batalla formaron los
garrochistas en la extrema izquierda de la línea, con otras fuerzas de
caballería al lado del regimiento de España, detrás de las baterías emplazadas
en aquella altura, para proteger los flancos del ejército y cubrir la carretera
y entrada en Bailén, cuya población quedaba a su retaguardia. En los ataques
que Dupont intentó contra la izquierda de aquella línea para tomar las alturas,
dominar el camino y entrada a Bailén y envolvernos por ese flanco, luciéronse
los garrochistas, cuyas largas destrozaron e hicieron gran matanza en los
famosos Dragones y Coraceros de Privé, que hasta entonces teníanse por
invencibles”, completa Imaz en su obra.
No obstante, la falta de experiencia
costó cara a estos lanceros en Bailén ya que, después de vencer a los jinetes
franceses, y al ver que se retiraban, les persiguieron con más ansia de sangre
que cabeza y muchos fueron pasados a fusil por una unidad de infantería gabacha
ubicada cerca de un olivar. “Cuán grande no sería la refriega en el extremo del
ala izquierda de nuestros ejército, que de cuatrocientos garrochistas quedaron
fuera de combate las tres cuartas partes del escuadrón, casi una cuarta parte
del total de bajas en todo nuestro ejército”, finaliza Imaz en su obra.
Risas tras la batalla
Tras la contienda, vencida por el ejército español, los “garrochistas”
que lograron salvarse de la matanza fueron recibidos en Madrid como héroes e,
incluso, Reding guardó unas líneas para ellos en su parte oficial de la
contienda. Fechado el 22 de julio de 1808, el oficial alabó en él a estos
pintorescos jinetes llamándolos “bisoños triunfadores de las águilas
napoleónicas”.
Tampoco se quedaron cortos los ciudadanos españoles en alabanzas. Y
es que, tras la aplastante derrota sobre el ejército de Napoleón en Bailen, se
crearon multitud de folletos que se burlaban de los franceses. Entre ellos, se
imprimió un improvisado panfleto que, imitando un cartelillo de toros,
equiparaba la contienda a una corrida de morlacos realizada en España. Éste
afirmaba con la típica ironía hispana lo siguiente:
“Los toros [que se torearán] serán:
12 del (…) Sr Dupont, General en Gefe del Exército de Observación de la
Gironda, con divisa negra; 5 de la del Sr Vedel, grande Aguilucho, con divisa
amarilla (…); y el que quede restante es de la casta famosa de Córcega
[aludiendo a Napoleón], nuevo en esta Plaza, que se halla en Madrid, que será
embolado para que los aficionados se diviertan, si llegan a tiempo. Los 17
toros de mañana y tarde serán lidiado por las Quarillas de a pie [españolas].
Picarán los seis toros por la mañana don Manuel de Peña, con la famosa
Quadrilla de Lanceros de Xerez [los “garrochistas”], y por la tarde lo
executarán don Teodoro Reding, con la esforzada caballería española”.
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